GPS | Editorial de Rolando Graña: la sombra de De la Rúa en el plan de Bullrich
La precandidata de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, habló de conseguir un nuevo «blindaje» para levantar el cepo si gana la presidencia, y despertó un enorme revuelo.
Se supone que los dirigentes políticos aprenden de sus errores. Por lo menos, aunque sigan pensando lo mismo que cuando los cometieron, se cuidan en las formas.
Así, por ejemplo, después de la Alianza, nadie más volvió a usar en la política argentina la palabra «alianza» para mentar una coalición.
Desde el fracaso de la Alianza, las alianzas se llaman «Coalición» (Coalición Cívica), «Frente» (Frente de Todos o el Frente para la Victoria), «Juntos» (Juntos por el Cambio), «Unión» (Unión por la Patria); pero nunca más se llamaron «Alianza».
Es más, los que integraron la Alianza fingen demencia cuando alguien se lo recuerda y dicen que ahora hay que mirar hacia el futuro como si ellos hubieran nacido de un repollo durante el kirchnerismo; como si fueran algo nuevo y, desde ahí, proponen y machacan sobre el «Cambio».
Eso puede servir para encantar a la gente que no le da bola a la política, o que está tan harta con su realidad que no quiere recordar otros tiempos.
Pero recordar también es nuestro laburo, el de los periodistas. Al fin y al cabo, ¿qué somos los periodistas sino historiadores del corto plazo?
Así las cosas, hay que pensar:
A. Que a Patricia Bullrich el inconsciente le jugó una mala pasada al usar la palabra «blindaje», algo que ningún publicista le hubiera recomendado nunca.
B. Que no cree que haya sido un error.
C. Que lo volvería a hacer, aunque no lo llame «blindaje».
Sería importante saber si Bullrich cree que el blindaje de Fernando de la Rúa no fue un error. Recuerden: fue a finales del 2000, anunciado en aquel famoso discurso donde dijo «qué lindo es dar buenas noticias».
Y puede que para Bullrich aquel blindaje no haya sido un error. Al fin y al cabo, aunque diga que su referente económico es el diputado Luciano Laspina, un lobista del campo, es público y notorio que Ricardo López Murphy ha ganado preponderancia en su entorno en los últimos tiempos.
Y, por si no lo recuerdan, López Murphy fue el que quiso hacer aquel ajuste con despidos de empleados públicos y recortes de presupuesto, incluso a las universidades públicas, que lo llevó a durar solo un par de semanas como ministro de Economía de la Alianza.
Más allá del escalofrío que nos corre a los que recordamos lo que fue el año 2000 con el ajuste que trajo el blindaje, la disparada de la desocupación y la pobreza, lo interesante de lo que dijo Bullrich es que ella piensa que la gobernabilidad y la prosperidad se logran de la mano de más préstamos del FMI y no de menos dependencia del FMI.
Y la verdad es que durante los años ’90 ese fue un debate claramente zanjado cuando se vio en todo el mundo que con las recetas de ajuste permanente del FMI no sólo no se resolvían las crisis, sino que se profundizaban.
Es más, en aquellos tiempos, se comparaban dos casos interesantes: los de Malasia e Indonesia. Indonesia había optado por seguir en ese momento las recetas del FMI y terminó en un estallido social; Malasia optó por desoír al FMI y despegó.
Por algo, de manera conjunta Brasil y Argentina, Lula y Néstor Kirchner, cancelaron la deuda con el FMI.
Eso no quiere decir que después no hayan cometido errores tremendos a la hora de entender el desarrollo necesario y las reformas de segunda generación (educación, salud, seguridad, vivienda) que nunca supieron gestionar.
Pero la idea de que se sale de la crisis con más FMI y no con menos FMI fracasó con De la Rúa y Cavallo. Y también hundió a Mauricio Macri: los dos gobiernos en los que participó Patricia Bullrich.
Piensen en lo que hizo Macri.
Primero, se endeudó con fondos privados como BlackRock y Templeton. Nunca sabremos si cobró comisión por semejante deuda. Sí sabemos que esa plata se usó para la timba financiera y la fuga; no para obras públicas o viviendas, o algo tangible. No generó mayor actividad económica.
Un día, esos fondos dijeron basta y reclamaron la suya. Ahí Macri fue al FMI a pedir los célebres 57.000 millones de dólares, de los cuales se pagaron 44.000 y que son los que hoy condicionan la vida cotidiana en Argentina.
Dicho sea de paso, Alberto nunca entendió la magnitud del problema y pensó que por su linda cara y por su honestidad y porque el fondo había cambiado durante la pandemia le iban a tener piedad. Al menos eso le vendió Martín Guzmán que, a esta altura, nadie sabe si no era él mismo un infiltrado del FMI.
Entonces, Macri quiso resolver la crisis de su deuda con el FMI y le fue tan mal que se tuvo que ir sin reelección.
Alberto no entendió la magnitud del problema y también se tuvo que ir sin reelección.
Ambos, a su manera, quisieron ser buenos alumnos del FMI. Durante los años ’90, durante el menemismo, durante la Alianza, a la Argentina se la presentó también como la mejor alumna del FMI. Sin embargo, todo voló por los aires en el 2001 y lo más trágico es que había gente que decía que faltaba un poco todavía para que las cosas se resolvieran.
Ese es siempre el argumento del ajuste: sufrir hoy para que mañana tengamos un futuro venturoso y si no llega es que no hicimos lo suficiente. Siempre la culpa es del país ajustado; nunca de los que proponen el ajuste.
Este es el error de base que cometió de la Rúa y también Macri: pedir plata y después hacer lo que el acreedor pide. Por eso, es interesante lo que dice Bullrich. Traducido: “Para pasar la crisis hay que pedirle más plata al prestamista que te tiene con la soga al cuello”. Raro.
Pero, ¿qué dicen los otros candidatos?
Por lo poco que han adelantado, y no precisamente en los spots de campaña sino en conversaciones en foros empresarios, Milei dice algo parecido: nunca usó la palabra «blindaje» pero habla de un misterioso préstamo que permitiría la dolarización (prohibida por la Constitución) o una nueva convertibilidad con un dólar alrededor del dólar blue.
¿Qué dice Horacio Rodríguez Larreta?
No dice que haya que ir a pedirle más plata al fondo, sino ajustar las cuentas públicas para poder pagar. ¿Cómo? Con una devaluación que estiman en el 70% de pique, ajustes de tarifas y recortes del gasto público. En eso coincide con lo que está pidiendo el FMI.
Los diarios de esta semana consignaron que en las negociaciones con Sergio Massa, le dijeron que le van a dar 7000 millones de dólares, pero le recomendaron, cuándo no:
¿Qué dice Sergio Massa?
Sabe de sobra lo que pide el FMI. Por ejemplo, una devaluación del 100 %, algo que haría volar la economía cotidiana por los aires al estilo Alfonsín en 1989. Pero también sabe que algo de ese ajuste va a tener que hacer cualquier próximo gobierno, aunque sea peronista. La diferencia está en que el peronismo que sobreviva a Alberto Fernández apuesta a que el crecimiento de las exportaciones vía soja, litio, petróleo y gas, le permita primero tener reservas y luego levantar el cepo y así estabilizar la moneda. Y en todo caso, si hay que hacer un ajuste, que no sea con la motosierra de Milei sino con un bisturí de cirujano.
Aunque no lo digan, porque nadie quiere nombrar la soga en la casa del ahorcado, todos saben además que van a tener que hacer una devaluación.
El asunto es cuándo y quién va a tener el capital político para hacerla.
Massa sabe que hoy una devaluación brutal sería el fin de su candidatura y la crisis terminal del peronismo.
La oposición prende una vela para que la devaluación se la coman Massa y Alberto y Cristina; y para eso van al FMI a pedir que le corten la plata a Argentina tal como hizo Domingo Cavallo en su momento con Raúl Alfonsín.
Por eso importan tanto las elecciones PASO para el peronismo. Porque un peronismo competitivo alejaría los rumores de que le van a cortar la plata, tal como le hicieron a Fernando de la Rúa después de las elecciones de medio término que perdió por paliza en octubre de 2001.
Si el FMI huele debilidad política, te corta el chorro y que pase el que sigue.